El legislador se apartaría de su objeto, que es el bien publico, si quisiese acercarse a él con demasiada violencia. Es necesario que ante todas cosas gane la confianza del pueblo, haciéndose estimable por su desinterés, moderación, estudio aplicación al trabajo, y celo por la justicia. Después prepare y conduzca la reforma que medita con la lentitud que empleó la naturaleza para variar el genio, las costumbres, y el carácter de una nación. Jamás sus pasos son precipitados. Aún aquellos acontecimientos creadores, que produjeron una revolución pronta en las sociedades, se presentan después de muchos otros sucesos, y en circunstancias que poco a poco habían preparado la revolución, y esparcido sus semillas. La prueba de esta verdad se halla en la historia de todas las naciones. Debemos saber que por la naturaleza de nuestro corazón y espíritu, desconfiamos de todas las cosas nuevas. Es grande y funesto el poder del hábito y de las preocupaciones. Se deben ir destruyendo artificiosamente. Si no se puede con violencia separar a los hombres de sus extravagancias y locuras antiguas, y oponerse al torrente de la opinión publica, se necesita de un arte grande para quitar los abusos de modo que las pasiones no se irriten. Es necesario estudiar estas pasiones, y dar más actividad a aquellas que son más favorables a la ejecución de los proyectos regeneradores. Aquello mismo que presenta más obstáculos a las reformas, debe destruirse sin atacarlo directamente; de lo contrario, triunfará de las leyes. Los obstáculos crecen en proporción de las personas que hayan interesadas en los abusos antiguos.

 

Ellas usarán de la astucia, y se valdrán de los errores populares, y aún de la violencia, si pueden. Por tanto, es preciso que la nueva Constitución tenga custodios y conservadores, que  tengan interés en conservarla, y suficiente fuerza para defenderla. Una ley, que ha de producir una gran innovación, debe ser protegida por una magistratura nueva. La gran carta del rey Juan [3], la cual es la base del gobierno inglés, debe su reputación a las dos cámaras, que la han mantenido en vigor.

 

La Suecia presenta un ejemplo admirable de todo lo que puede hacer un legislador de talento y prudencia. Él nos descubre que están en sus manos los corazones de sus compatriotas, y que puede formar hombres nuevos. Antes de que Gustavo Vase ascendiese al trono, los sucesos [suecos] se parecían a los godos antiguos, que arruinaron el Imperio Romano. Sus leyes eran informes y groseras. Atormentados por la codicia del clero, por la inquietud de la nobleza, por la brutalidad de la plebe, y por el ocio de todos, sin potencia pública, y casi sin magistrados, ellos querían ser libres sin saber lo que era libertad, ni el modo de conservarla. La Dinamarca, aprovechándose del estado en que estaba la Suecia, para subyugarla, la envolvió en sangre, y la sujetó a la tiranía de Cristerno. En tan tristes circunstancias, del medio de sus ruinas, se levantó el famoso Gustavo, que por su alto genio y valor, rompió las cadenas de sus compatriotas. Él hizo cosas muy grandes en su país con una sabia pero constante lentitud, y con precauciones aún más sabias. Él despertó en los corazones sentimientos de indignación, de audacia y de generosidad. Él supo hacerse amar y obedecer; él destruyó la antigua tiranía, y logró hacerse necesario al pueblo. Él preparó los ánimos para las reformas, y dictó las leyes cuando todos las deseaban.

 

(Se continuará).

 

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[3]

Se refiere a la Carta Magna de Inglaterra (N. del E).